Después de revisar todas las fotos de la zona austral de Argentina que visité, creo que esta foto se parece mucho a alguna pesadilla que por aquellos días tuve en el medio de la noche, durmiendo sobre alguna cama cercana a una ventana orientada hacia el Sur del Infinito. O, mejor dicho, hacia el Fin del Infinito. Pero, me decía en sueños, no es posible un fin para el infinito, pues el infinito por definición es infinito... Sin embargo estaba seguro de que tras aquellas montañas vagaba, como una persona ciega y desnortada..., vagaba la Nada. Saqué entonces, de forma precipitada (he de reconocerlo), la conclusión de que tenía que alimentar mi alma del cercano y oscuro mar que me rodeaba, de que tenía que habérmelas con aquellas frías montañas para ejercitar mis piernas y conquistar el cielo de los labios y los ojos de mi amada, de que tenía la obligación, en fin, de hundir en aquellas nubes orgullosas y cambiantes mis garras para exprimir de entre sus algodonosa pulpa el zumo, fuera este dulce o amargo, que saciaría mi sed, mi sed o mis ansias. Recuerdo casi con horror que nadé y nadé entre las olas pero la tierra cada vez se alejaba más de mí, y deseé tener alas como gaviota o cormorán y remontar el aire y atravesar poblados y ascender pendientes y trepar y trepar y llegar. Llegar a la cima y comprobar si el Infinito había llegado a su fin.
*Fin*
*Fin*